San Juan 24°
11/08/2025
Este viernes 8 de agosto a las 21:30h, en el Auditorio Juan Victoria, se podrá disfrutar un espectáculo brindado por la Orquesta Sinfónica de la UNSJ.
Por Julián Buttareli
Fotografía: Prensa de Turismo y Cultura
La Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de San Juan brindará un concierto con entrada gratuita, el viernes 8 de agosto a las 21:30h, en el Auditorio Juan Victoria.
La función trazará un arco singular a través del clasicismo vienés, en el que dos de sus principales actores, Wolfgang Amadeus Mozart y Joseph Haydn, sostienen una conversación separada por unas cuantas décadas pero que se unen por espíritu.
La apertura se dará con la primera sinfonía escrita por Mozart, una joya temprana, luego seguirá una obra concertante de un Haydn tardío, finalizará el espectáculo con una sinfonía del prodigio de Salzburgo, apodada “Júpiter” por su vigor.
Según Wolfgang Wengenroth este viaje musical “es una meditación sobre el crecimiento artístico como una celebración de las formas clásicas en sus puntos más alto”, dijo.
Dentro de la mente de Wengenroth
Wolfgang Amadeus Mozart (1756–1791)
Sinfonía n.º 1 en mi bemol mayor, KV 16
Pocos comienzos en la historia de la música occidental son tan asombrosos como esta primera sinfonía de Mozart, compuesta en Londres en el año 1764. El joven Wolfgang, de apenas ocho años, vivía entonces una etapa decisiva de formación, absorbía influencias con una rapidez prodigiosa, y daba ya muestras de una madurez musical inexplicable para su edad. Esta sinfonía fue escrita durante una estancia en Chelsea, donde la familia Mozart se hospedaba; el padre, Leopold, enfermo, no podía viajar, y el niño encontró en la escritura musical un espacio de libertad y afirmación.
Aunque la obra responde a modelos estilísticos del momento —especialmente el de Johann Christian Bach, a quien Mozart conoció personalmente en Londres—, no es una mera imitación. El Molto allegro inicial tiene energía, claridad formal y una lógica interna que no se puede atribuir solo a la precocidad. El Andante, más íntimo, parece anticipar ya la dulzura lírica del Mozart maduro. El Presto final, breve pero ingenioso, muestra un sentido del ritmo y de la arquitectura musical que revela el verdadero nacimiento de un compositor.
No se trata simplemente del primer peldaño de una carrera gloriosa: es una obra con vida propia, que sigue emocionando por la autenticidad con la que un niño dialoga con el mundo adulto de la sinfonía.
Sinfonía n.º 41 en do mayor, KV 551 “Júpiter”
La última sinfonía de Mozart, escrita en el verano de 1788, marca la culminación de su pensamiento sinfónico y una cima insuperada del clasicismo vienés. No existe evidencia de que se interpretara en vida del compositor y, sin embargo, el tiempo la ha consagrado como una de las obras más perfectas del repertorio orquestal.
El apodo “Júpiter” —acuñado probablemente por el violinista y empresario Johann Peter Salomon— alude a la majestuosidad y al carácter casi divino de la música. Y no es una exageración: el primer movimiento (Allegro vivace) despliega una exuberancia temática, una claridad arquitectónica y una riqueza orquestal que hacen pensar en un espíritu creador en plena posesión de sus facultades. El segundo movimiento (Andante cantabile) se adentra en regiones más oscuras, con disonancias audaces y una intensidad emocional inusual en una sinfonía mozartiana.
El Menuetto, con su dignidad danzante y su sentido de proporción, prepara el terreno para un final apoteósico: el Molto allegro es, a la vez, una fuga y un rondó, una obra maestra de la técnica contrapuntística que culmina en una coda donde cinco motivos diferentes se entrelazan en una polifonía gloriosa. Es un acto de afirmación suprema, no solo del genio de Mozart, sino del poder de la razón musical en su forma más luminosa.
La Sinfonía “Júpiter” no es solo una despedida de la sinfonía: es, quizás, la idea misma de la sinfonía hecha forma.
Joseph Haydn (1732–1809)
Concierto para trompeta en mi bemol mayor, Hob. VIIe:1
Este concierto, compuesto en 1796, es el último gran concierto solista de Haydn, y uno de los más importantes de todo el siglo XVIII para trompeta. Fue escrito para Anton Weidinger, trompetista de la corte vienesa e inventor de un nuevo tipo de trompeta de llaves, que por primera vez en la historia podía ejecutar escalas cromáticas con precisión en todo el registro. Este avance técnico abrió un abanico de posibilidades expresivas inéditas para el instrumento.
Haydn, siempre curioso, supo aprovechar al máximo esta revolución. El Allegro inicial tiene un carácter festivo y ceremonial, con pasajes de gran brillantez para el solista que no hubieran sido posibles con una trompeta natural. El Andante central es una de las secciones más exquisitas del clasicismo concertante, con un lirismo casi vocal que transforma la trompeta en un narrador íntimo. El Finale, alegre y virtuoso, se desliza entre lo popular y lo aristocrático, entre el ingenio y la elegancia, en una celebración del espíritu inventivo de su tiempo.
Más allá del virtuosismo, esta obra refleja la maestría con la que Haydn sabía combinar forma, invención y expresión. En sus últimas composiciones, ya admirado como un maestro universal, sigue hablándonos con frescura y humor.